Dicen mis padres que lo primero que hice fue sonreirles.
Dicen que mi sonrisa contagia alegría.
Me acompaña, a veces a los lugares más recónditos de la tristeza. Me repone.
Una tarde frente a la computadora, me equivoqué en un trabajo burocrático, siempre me como las letras y por ello debo revisar una, dos muchas veces lo que escribo. Soy distraída. Mi compañero me estrujó en la cara mi equivocación, fue el mes, lo recuerdo. Lo corregí y se lo volví a imprimir. Luego satisfecha de haber corregido, me volví a sentar a hacer más y más trámites. Sonreí al terminar un pequeño trabajo. El pobre pensó que mi sonrisa se burlaba de su enojo. Sí a veces esa sonrisa que me sale del alma causa conflicto a los envidiosos, a los que algo les amarga la cotidianidad. Muchas veces también me peleo con el mundo, con los vecinos que quieren hacer asociaciones para pagar cuotas excesivas, con los funcionarios que no dan una, con la fila, con los trámites, pero saben, dentro de mi, surge esa sonrisa de calma, de decir, adelante. y simplemente, Sonrío y sigo mi camino.
En este cumpleaños 49 estuve feliz, calmada en mi aterrizaje lunar, como quería una fiesta de sol, luna y estrellas, el sol estuvo feliz, la noche calmada que me permitió ver la maravillosa luna y a las estrellas con una copa de vino, unos tacos de Canasta, recordando a los Conde, se me olvidó llamar a mi amigo el guitarrista para confirmarle y quería leer poemas, pero como siempre suceden cosas imprevistas, la impresora no funcionó, así que tomé otros poemas y los guardé, en mi bolsa y entre copa y copa, olvidé que leería. Creo que toda la noche sonreí, como ese día en que los hombres llegaron a la luna y mi madre parió casi solita mi aterrizaje (las enfermeras y los médicos estaban atentos al acontecimiento lunar).
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