REENCUENTRO, GENERACIÓN 16 DE LA SOGEM (Isolda Dosamantes y sus colegas)


  •   Los seis amigos después de haber leído en el Zócalo de Tlaxcala y la Galería Casa de la Nube, cansados y felices.




En la lectura del Zócalo leí:



Pettitte bar
                                                           A Valery Saint Germain
y a todos aquellos que llegan del norte de Canadá.

Mi voz se escucha desde las montañas
traigo la gaita en el alma
soy la mestiza de pelo negro
la de ojos grandes
esa que entra a tus oídos con tonada de blues.

Mírame. He bajado del frío para verte,
para hacerme de ti
de tus pequeños bares,
de tus entrañas
de tus calles afrancesadas,
de tus sótanos fríos
de tu vida nocturna.

Tómame completita
como si fuera el vino de tu copa,
el río,
la estación de metro,
un café de Tim Hortons.

Mírame de frente, escúchame,
déjame escuchar tu piel,
vengo de lejos como muchos,
vengo del norte y hablo inglés,

Montaña de Mont-Royal
ciudad de los sueños del artista,
Villa Marie,
me urge ser tuya,
una galería,
ser de tus bares
ser una voz del saxofón nocturno de tus calles.

Pettitte Chicago
A Sara Martínez

Desde mi habitación del Bank Hotel
escuchaba tu música nocturna,
los jueves salsa latina,
merengue, chachachá,
y me daban las cuatro,
se erguía entonces un silencio nocturno
un silencio que se rompía
con las carcajadas del último borracho,
o el taconeo sonriente de alguna muchacha.
Los lunes,
los lunes me encantaban,
noche de jazz
y a lo lejos se escuchaba un sax
una guitarra,
la voz de un jazzista de renombre,
los cuatro lunes del Bank Hotel
disfrute el piano y ritmo del jazz desde la cama
lo disfrute bebiendo un vino
fumándome un cigarro,
en el vuelco del placer.
Luego, lunes tras lunes quise beberme un tinto entre tus mesas,
y pasaron semanas,
en que desde el aula de promenade de portage 55
escuchaba el ritmo apenas insinuado de un jazz,
la sombra apenas de ritmo
entre subjuntivos y ensueños.
Lunes tras lunes quise beberme tus vinos tintos
y te miraba con esa nostalgia absurda
de saberte mío, porque eras mi bar,
donde solía leer en las tardes
fumándome un cigarro,
el bar pequeño de Capote,
el de Chicago
el bar de la chica que soñaba siempre en subjuntivos
y no entendía
porqué los demás no podían simplemente dejarse ir,
y soñar, soñar las cosas que adoramos.


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